5º caso: Mientras escuchaba música, leía los comentarios de dos jóvenes, hablando de los músicos de carrera y los de vocación. Coincidí con sus opiniones y recordé a un pequeño músico de vocación, que conocí hace unos diez o doce años.
Nada se hace mejor que lo que se hace con amor.
A Aníbal le faltaban dos años para terminar el profesorado de música, cuando lo dejó. Lamenté mucho que tantos años de esfuerzos se hayan suspendido, casi sobre la meta. Pero valió la pena. Simultáneamente, estaba estudiando en una escuela técnica. Tuvo que decidir entre dos carreras que le apasionaban. Ganó la tecnológica.
Como siempre le dije que no importaba lo que hiciera, sino que lo hiciera bien, y como se le hacía imposible hacer bien las dos cosas, apoyé su decisión; y me felicito por ello. Es feliz con lo que está haciendo.
Creo que estos chicos están acertados en valorar a los músicos no académicos. Lo que vale, es el amor con el que se hacen las cosas. Lo que vale, es la felicidad que ello da. Por supuesto que con formación académica y vocación, es mucho mejor.
Durante el tiempo en que Aníbal estudió música, concurríamos a los conciertos que organizaba una de sus profesoras, en su casa. Después de las ejecuciones de diferentes músicos invitados, se servía un refrigerio, mientras disfrutábamos de charlas sobre las interpretaciones. En una de esas veladas, durante las charlas, repentinamente, un niño ciego de seis años se apoderó del piano e interpretó varios tangos, como el más experimentado de los músicos. Cuando los presentes reparamos en él, se infló su ego, se puso de espaldas al piano, y siguió sus ejecuciones sin que la calidad de la interpretación variara.
Allí supe que este niño fue adoptado por un matrimonio cuya hija practicaba medicina en el hospital en que fue abandonado, a causa de su ceguera (en su original medio, no tuvo oportunidad alguna de desarrollarse como una persona de éxito). Que en su hogar adoptivo había un piano. Que allí tuvo ocasión de descubrir su vocación (que fue estimulado por sus padres adoptivos para que la practicara). Que varios productores de espectáculos quisieron llevarlo a ciertos programas televisivos. Que sus padres adoptivos no accedieron a ello, para resguardar la infancia del niño. Que sus padres biológicos, al ver el prodigio en que se había convertido su hijo, quisieron recuperarlo, para lucrar con él (si lo hubiesen conseguido, yo creo que hubiesen malogrado todo).
Éste es un muy buen ejemplo de que las aptitudes de un niño prosperan en la medida en que su entorno le es favorable. Además, me parece muy acertada la actitud de sus padres adoptivos al fomentar su gusto por la música y no permitir que la infancia del niño se convierta en una serie de compromisos que el pequeño seguramente no desea asumir. El niño está en edad de jugar, y juega con la música, y tiene talento para ella. Pero juega y disfruta de su infancia. No me parece oportuno sobrecargarlo de obligaciones, él sólo quiere jugar, son los adultos los que quieren su fama y el dinero que se puede lograr con ella, a riesgo de convertirlo en un resentido y en un desertor de su vocación.
Pienso que a un niño prodigio hay que estimularlo pero para bien de él, para sus progresos en lo que le gusta y en lo que es diestro; si lo exhibimos constantemente, no pensamos en la felicidad del pequeño, sino en nuestra propia satisfacción. Y eso es totalmente egoísta de nuestra parte.
Lo último que supe del pequeño genio fue que había ingresado a la escuela de bellas artes a la que concurría Aníbal. Hoy tendría aproximadamente, dieciocho años. Me gustaría saber de él. Seguro que se convirtió en un muy buen músico, gracias al amor de sus padres adoptivos.
"POR UNA INFANCIA FELIZ, PARA UN MUNDO MEJOR"
ELIZABETH
Nada se hace mejor que lo que se hace con amor.
A Aníbal le faltaban dos años para terminar el profesorado de música, cuando lo dejó. Lamenté mucho que tantos años de esfuerzos se hayan suspendido, casi sobre la meta. Pero valió la pena. Simultáneamente, estaba estudiando en una escuela técnica. Tuvo que decidir entre dos carreras que le apasionaban. Ganó la tecnológica.
Como siempre le dije que no importaba lo que hiciera, sino que lo hiciera bien, y como se le hacía imposible hacer bien las dos cosas, apoyé su decisión; y me felicito por ello. Es feliz con lo que está haciendo.
Creo que estos chicos están acertados en valorar a los músicos no académicos. Lo que vale, es el amor con el que se hacen las cosas. Lo que vale, es la felicidad que ello da. Por supuesto que con formación académica y vocación, es mucho mejor.
Durante el tiempo en que Aníbal estudió música, concurríamos a los conciertos que organizaba una de sus profesoras, en su casa. Después de las ejecuciones de diferentes músicos invitados, se servía un refrigerio, mientras disfrutábamos de charlas sobre las interpretaciones. En una de esas veladas, durante las charlas, repentinamente, un niño ciego de seis años se apoderó del piano e interpretó varios tangos, como el más experimentado de los músicos. Cuando los presentes reparamos en él, se infló su ego, se puso de espaldas al piano, y siguió sus ejecuciones sin que la calidad de la interpretación variara.
Allí supe que este niño fue adoptado por un matrimonio cuya hija practicaba medicina en el hospital en que fue abandonado, a causa de su ceguera (en su original medio, no tuvo oportunidad alguna de desarrollarse como una persona de éxito). Que en su hogar adoptivo había un piano. Que allí tuvo ocasión de descubrir su vocación (que fue estimulado por sus padres adoptivos para que la practicara). Que varios productores de espectáculos quisieron llevarlo a ciertos programas televisivos. Que sus padres adoptivos no accedieron a ello, para resguardar la infancia del niño. Que sus padres biológicos, al ver el prodigio en que se había convertido su hijo, quisieron recuperarlo, para lucrar con él (si lo hubiesen conseguido, yo creo que hubiesen malogrado todo).
Éste es un muy buen ejemplo de que las aptitudes de un niño prosperan en la medida en que su entorno le es favorable. Además, me parece muy acertada la actitud de sus padres adoptivos al fomentar su gusto por la música y no permitir que la infancia del niño se convierta en una serie de compromisos que el pequeño seguramente no desea asumir. El niño está en edad de jugar, y juega con la música, y tiene talento para ella. Pero juega y disfruta de su infancia. No me parece oportuno sobrecargarlo de obligaciones, él sólo quiere jugar, son los adultos los que quieren su fama y el dinero que se puede lograr con ella, a riesgo de convertirlo en un resentido y en un desertor de su vocación.
Pienso que a un niño prodigio hay que estimularlo pero para bien de él, para sus progresos en lo que le gusta y en lo que es diestro; si lo exhibimos constantemente, no pensamos en la felicidad del pequeño, sino en nuestra propia satisfacción. Y eso es totalmente egoísta de nuestra parte.
Lo último que supe del pequeño genio fue que había ingresado a la escuela de bellas artes a la que concurría Aníbal. Hoy tendría aproximadamente, dieciocho años. Me gustaría saber de él. Seguro que se convirtió en un muy buen músico, gracias al amor de sus padres adoptivos.
"POR UNA INFANCIA FELIZ, PARA UN MUNDO MEJOR"
ELIZABETH
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